jueves, 10 de noviembre de 2016

Nuestros ídolos.

No es por nada,
pero de pequeños
nuestros ídolos
eran
un fontanero que se crecía
literalmente
cuando comía setas,
un par de galos sedicionistas
con sobredosis y adicción respectivamente
a un brebaje milagroso,
un erizo espídico,
un tipo con mallas azules y el careto rojo con rayas negras
con toda la pinta de acabar de salir de una rave, que se subía
directamente
por las paredes,
un elefante orejón y psicodélico,
un marinero que necesitaba una cosa verde para fortalecerse
y un chavalito con cresta que iba por ahí vacilando en su nube kinton
o keta
o no sé qué.
Por otro lado, a excepción del mencionado fontanero,
que sin menospreciar ese noble oficio,
tampoco es que llegara muy lejos,
el marino, que ya se sabe,
y el ravero entomólogo,
que era un estudiante aplicado y mejor pareja,
ninguno trabajaba
y ni se lo planteaba siquiera.
Llevaban una vida muy agitada
y sus lazos familiares eran débiles,
cuando no estaban directamente desestructurados de raíz,
por no hablar de su higiene,
cuando menos dudosa
yendo siempre
con la misma
puta
ropa.
No es por nada,
pero luego pasa lo que pasa.